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VIDAS EJEMPLARES III : San Camilo, al servicio de los enfermos.

San Camilo de Lelis (Lellis)

1550-1614. Fundador de los Siervos de los enfermos. 
Fiesta: 14 de julio

Patróno de los enfermos, profesionales de la salud y hospitales.
Ver Bucchianico (Abruzzo, Italia)>>>

De la vida de San Camilo:


Encontró a Jesucristo en los enfermos pobres, a los que amaba y servía con todo su corazónSu congregación cuidaba de los enfermos y contribuyó en el saneamiento de Roma y otras ciudades. Enseñaban como prevenir y cuidar las enfermedades. Consideraron la función de la dieta en la salud y enseñaron el sistema de organizar a los enfermos por pabellones. Todo movido por amor a Cristo. San Camilo está enterrado en la Iglesia de Sta. María Magdalena, Roma.
San Camilo nació en 1350 en Bucchianico, cerca de Chieti, región de los Abruzos, Italia. Su madre era sexagenaria cuando tuvo a su hijo.
Era alto de estatura para la época, de 1.9mts. Se enroló en el ejército veneciano para luchar contra los turcos pero pronto contrajo una enfermedad en la pierna que le hizo sufrir toda su vida. En 1571 ingresó como paciente y criado en el hospital de incurables de San Giacomo, en Roma. Nueve meses después fue despedido a causa de su temperamento revoltoso y volvió a ser soldado contra los turcos.
Mas tarde reconoció que era un gran pecador. Uno de sus vicios era el juego de azar que se nutre de la avaricia. En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Obligado a la miseria y recordando un voto que había hecho mucho tiempo antes de ingresar en los franciscanos, entró a trabajar en la construcción de un convento capuchino (franciscanos) en Manfredonia.  Las prédicas en el convento lo llevaron a una profunda conversión. Camilo cayó de rodillas, pidió perdón de sus pecados con muchas lágrimas y se encomendó a la misericordia de Dios.  La conversión tuvo lugar en 1575, a sus 25 años de edad. Desde entonces comenzó una nueva vida de completa sumisión a Jesucristo y de penitencia. Ingresó a los capuchinos pero la enfermedad de su pierna impidió su profesión. Entonces volvió al hopital de San Giacomo donde se consagró al cuidado de los enfermos. Al cabo de un tiempo llegó a ser superintendente del hospital, sirviendo como con ejemplar caridad.
Los hospitales de la época empleaban a personas sin dedicación hacia los enfermos. Esto llevó a Camilo a fundar una asociación de personas deseosas de consagrarse, por caridad, al cuidado de los enfermos. Encontró seguidores pero también graves obstáculos por las envidias y rumores que provocan las grandes obras de Dios. Después de consultar con su confesor, San Felipe Neri, decidió recibir las órdenes sagradas. Fermo Calvi, un caballero romano, le asignó una renta el día de su ordenación. San Camilo decidió entonces independizarse del hospital de San Giacomo y empezar la tarea por su cuenta, contra la opinión de San Felipe Neri. Con dos compañeros comenzó la nueva congregación, los Siervos de los Enfermos, observando una regla común. Iban cada día al gran hospital del Espíritu Santo para asistir a los enfermos. Lo hacían con tanto amor como si curasen las heridas de Cristo. Los preparaban para recibir los sacramentos y morir en las manos de Dios. 




En 1585, habiendo crecido la comunidad, prescribió a sus miembros un voto de atender a los prisioneros, a los enfermos infecciosos y a los enfermos graves de las casas particulares. Desde 1595 envió religiosos con las tropas para servir de enfermeros.  Tal fue el comienzo de los enfermeros de guerra, antes que existiese la Cruz Roja fundada por Enrique Dunant.
En 1588 un barco con enfermos apestados no recibió permiso para entrar en Nápoles. Los Siervos de los Enfermos fueron al barco a asistirlos y murieron de la enfermedad, los primeros mártires de la nueva congregación. San Camilo también asistió heroicamente a Roma durante una peste que asoló a la ciudad. En 1591 San Gregorio XIV elevó la congregación de San Camilo a la categoría de orden religiosa.
En la actualidad los Siervos de los Enfermos cuentan con sacerdotes y hermanos consagrados a cuidar a los enfermos.
San Camilo sufrió mucho toda su vida. Padeció por 46 años por su pierna, que además tuvo fracturada desde sus 36 años. Tenía también dos llagas muy dolorosas en la planta del pie.  Desde mucho antes de morir padeció de nauseas y apenas podía comer. Sin embargo, en vez de buscar el cuidado de sus hermanos, los enviaba a servir a otros enfermos.
San Camilo introdujo la práctica de cerciorarse que los enfermos estuviesen muertos antes de enterrarlos, que las oraciones continuasen al menos un cuarto de hora después de la muerte aparente. Fundó 15 casas religiosas y 8 hospitales. Tenía el don de profecía y milagros además de muchas gracias extraordinarias.
En 1607, San Camilo renunció a la dirección de su orden pero asistió al capítulo de su orden en 1613. Murió el 14 de julio de 1614, a los 64 años de edad. Fue canonizado en 1746. El Papa León XIII le proclamó patrono de los enfermos junto con San Juan de Dios, Pío XI lo nombró patrono de los enfermos y de sus asociaciones.
-Datos compilados de la Vida de los Santos, Butler, Vol III

Machacando las Almendras

VIDAS EJEMPLARES: Guillermo Rovirosa

GUILLERMO ROVIROSA


“Dios nos habla a través de las dificultades, nos dice que no es momento de apatías ni tibiezas, es hora de conversión y de vivir con radicalidad y autenticidad nuestro compromiso de evangelización. Es hora de llevar la Buena Noticia al mundo obrero; le pertenece ”.
"Guillermo Rovirosa"




Guillermo Rovirosa Albet nace en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) el 4 de agosto de 1897 en una familia de religiosidad tradicional. Pierde a su padre a la edad de 9 años y a su madre cumplidos los 18. Es el momento en que rompe con la vida cristiana. Ingresa en la Universidad Industrial de Barcelona donde se especializa en Dirección de Industrias Eléctricas y de Mecánica Aplicada. Ejerce su profesión en Barcelona. Vive un tiempo de desorientación y de búsqueda de la verdad en las filosofías y corrientes religiosas del momento, reafirmándose en que sólo en la ciencia se halla la verdad que el hombre puede comprender. En 1925 se casa con Catalina Canals, mujer de honda religiosidad. Se traslada a París. Son éstos años de incredulidad y escepticismo, en los que su fuerte personalidad y su gran capacidad intelectual se estrellan en la insuficiencia de lo que se le presenta como clave de respuesta.

Un suceso marcará su vida. En mayo de 1932 pasa casualmente por delante de la Parroquia de San José, donde el Cardenal de París, Monseñor Verdier, está predicando. Movido por la curiosidad se acerca a verle. Y oye que está diciendo: “El cristiano es un especialista en Cristo..., el mejor cristiano es el que más sabe de teoría y práctica de Jesús”. Esta afirmación tocó su corazón y se le impuso la evidencia de que él no conocía a Cristo. Su honestidad le hacía ver que estaba negando lo que no conocía realmente. Y comienza desde ese momento un proceso de búsqueda de la verdad de Jesús que le llevará a conocerlo y admirarlo como hombre y, más tarde, ayudado por el padre Fariña, agustino en El Escorial, a aceptarlo como redentor en la Navidad de 1933; hará entonces con clara conciencia su “segunda Primera Comunión”.

Comienza aquí una etapa de vivencia cristiana apasionada, caracterizada por la austeridad, la exigencia de perfección y la entrega apostólica. Su esposa, que largamente había pedido a Dios la conversión de su marido, ha acompañado su camino de reincorporación a la fe de la Iglesia. Ahora los dos hacen lo que llamarán el “pacto tripartito” con Dios, según el cual ellos, que no tenían hijos, se comprometen a dedicar al trabajo apostólico todo su tiempo, su profesión y su vida matrimonial y a Dios le pedían que dispusiera las cosas de modo que ellos cubrieran sus necesidades viviendo pobremente.

Se queda a trabajar en Madrid y se entrega con entusiasmo a la lectura de las grandes obras de la teología y espiritualidad cristianas; una primera aproximación a cursos de enseñanza social de la Iglesia le defrauda profundamente por su enfoque paternalista y desconocedor de la dignidad obrera. Allí le sorprende la guerra civil; es nombrado presidente del Comité Obrero de su empresa. Organiza una “capilla clandestina” en su casa, donde diariamente se celebra misa. En los sótanos de su vivienda se halla la biblioteca de la institución de los jesuitas “Fomento Social”. Esto le pondrá en contacto con la Doctrina Social de la Iglesia, lo que le ayudará a organizar su pensamiento y sus planteamientos sociales con rigor, y a descubrir y valorar definitivamente el apostolado obrero, lo que él llamará su “segunda conversión”. Terminada la guerra, bajo la acusación de haber sido presidente del Comité Obrero de su empresa, es condenado a 12 años de cárcel. Sólo cumplirá uno, y diez meses de éste saliendo a trabajar durante el día al Instituto Llorente.

A finales de 1940 se incorpora a la Acción Católica. Le buscan para que forme parte del Consejo Diocesano de Madrid. Hace los tres cursos del Instituto Central de Cultura Religiosa Superior. Va transformando la vocalía social diocesana en un auténtico Secretariado Social, tras su sueño de devolver a Cristo a los pobres, al mundo obrero.

En mayo de 1946 la Junta de Metropolitanos de España acordó la fundación de la Hermandad Obrera de Acción Católica como movimiento especializado para los obreros adultos, dentro de la Acción Católica. El Consejo Nacional de los Hombres de AC se dirige al Consejo Diocesano de Madrid y encarga a G.Rovirosa la tarea de organizar y poner en marcha la HOAC. Este entiende que Dios ha aceptado el compromiso de su conversión, de dedicarse por entero al apostolado en el mundo del trabajo y de vivir como un obrero pobre. En lo sucesivo, lleno de gozo, se entrega a esta empresa. Deja su puesto en el Instituto Llorente y marcha a Montserrat para orar y reflexionar su nueva tarea. (El Monasterio será siempre un referente al que volverá una y otra vez para retirarse a orar, para recuperarse y escribir). Visita todas las diócesis de España, publica la hoja “HOAC”, preparando la Primera Semana de la HOAC, que en el mes de septiembre reúne a más de 300 obreros y significa el comienzo de la Acción Católica Obrera en España

En esta Primera Semana se aprueba la publicación de un semanario obrero. Rovirosa se encarga de sacarlo adelante y el 1 de diciembre de 1946 sale a la calle el “¡Tú!”, periódico que llegará a editar hasta 43.000 ejemplares en unos años en que la prensa estaba férreamente controlada y la mentalidad imperante en absoluto era propicia a los planteamientos que en él se hacían. Porque el contenido y el mensaje de la publicación, transmitiendo criterios evangélicos en una realidad obrera sangrante, con un tono realista y enérgico, no dejaba indiferente a nadie. Esto provocó que en 1952 fuera definitivamente prohibido por la autoridad civil. Este semanario, de amplia difusión, así como el “Boletín de la HOAC” —durante años obra en gran parte de Rovirosa—, dirigido a los militantes, aciertan a transmitir el conocimiento del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia despertando las conciencias y presentando la verdad transformadora de Jesucristo y de su Espíritu como salvación en la vida real de las personas y de la sociedad.

Un episodio ciertamente doloroso sucede entonces. Su esposa, que había estado siempre a su lado en el camino hacia la fe, en su alegría de converso y en sus proyectos de apostolado, pensando que su presencia podría restar algo de la dedicación de su marido a la tarea que Dios le confiaba como apóstol obrero, decide dejarle totalmente libre. Cuando Rovirosa vuelve de la Segunda Semana Nacional, en 1947, Catalina Canals desaparece dejando esta nota: “parto para que puedas seguir libremente tus caminos; no me busques; que Dios te bendiga como yo te bendigo”. En la mente de todos los que les han conocido está el convencimiento de que ha ingresado en algún convento de clausura, posiblemente en Francia. Pese a haberlo intentado, no se ha vuelto a tener noticia de ella. El propio Guillermo Rovirosa vivirá con gran dolor este hecho y en adelante su dedicación apostólica incluirá también este matiz de fidelidad a su esposa.

Su gran obra, la HOAC, crece y se extiende. Diseña planes y métodos de formación: cursillos nocturnos, semanas de estudio, “Plan Cíclico” de formación cristiana, grupos obreros de estudios sociales (GOES), partiendo de la realidad vivida, analizándola con la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, volviendo a ella para transformarla según el proyecto de Dios. Asume los valores, los anhelos y realizaciones del movimiento obrero que no son incompatibles con la fe cristiana. Se hace presente en todas las diócesis, con su palabra directa, incisiva, evangélica, transmisora de una experiencia vital que contagia. Su conocimiento bíblico y teológico es serio y su espiritualidad muy honda. Todo ello queda reflejado en los contenidos de sus escritos y de sus charlas: el amor y la misericordia de Dios demostrados en Jesús que provocan nuestra respuesta agradecida, el bautismo y la santidad vivida en el trabajo de cada día, la vida trinitaria y la llamada a la comunión que implica, la pobreza y la debilidad como signos donde la fuerza de Dios se manifiesta, la humildad, la pobreza y el sacrifico como virtudes del militante cristiano... son temas recurrentes que Rovirosa vive y plantea.

Como buen discípulo de Cristo, también él será signo de contradicción. Su trabajo evangelizador entre los obreros pone en evidencia las incoherencias de muchas actitudes supuestamente cristianas y las contradicciones de un sistema que se pretendía cercano a la Iglesia. Es objeto de sospecha y de calumnia, hasta el punto que la Jerarquía eclesiástica lo aleja de los puestos directivos de la HOAC. Guillermo Rovirosa, desde su conversión, vive su pertenencia a la Iglesia con inmenso amor y agradecimiento, pues se sabe traidor perdonado; su aprecio y defensa del Papa y de los obispos es sincero y notorio. Con la misma docilidad que aceptó entonces -mayo de 1946- el encargo que se le hizo de organizar la HOAC, acepta ahora -mayo de 1957- la decisión que se le impone de dejar el servicio que prestaba en ella. Fue una lección más de su talante eclesial, que él vivió con una gran paz.

Poco después, en un accidente de tranvía pierde el pie izquierdo; supone para él una experiencia de dolor físico y de limitación que evoca y le une a la cruz de Jesús. En adelante Rovirosa hará largas estancias en Montserrat, donde alternará trabajos técnicos de electricidad con la oración, la reflexión, el diálogo con los monjes, la colaboración en el “Boletín de la Hoac” y una amplia correspondencia con militantes y amigos. Será éste un tiempo muy fecundo. De profundización espiritual y de avance en su pensamiento tal como queda reflejado en sus obras escritas entonces (“La virtud de escuchar”, “Dimas”, “Judas”, “Cooperatismo integral”, “¿De quién es la empresa?”).

El 27 de febrero 1964, tras sufrir una embolia cerebral en su casa de Madrid, fallece en el Hospital Clínico madrileño. Por entonces el Concilio Vaticano II trataba de describir el cristiano de los tiempos nuevos. Guillermo Rovirosa presentaba justamente el perfil de cristiano laico adulto, testigo auténtico de la fe en el mundo actual, que el Concilio diseñaba. Un regalo de Dios a su Iglesia.

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